Dicen que son sucias, que
están llenas de infecciones, incluso, que son verdaderos ratones alados, que no
debieran estar cerca de las personas para evitar riesgos de contagios. Cómo no
van a ser sucias si habitan a ras de suelo, ese que nosotros alborotamos y
basureamos. Pero la limpieza, como la suciedad, son temas relativos. A pesar de
su mala fama, las palomas mantienen diarias rutinas higiénicas al igual que
cualquier mortal. Claro que puede que se desconcentren en la mitad y no
terminen el proceso.
No se puede discutir que se
toman su tiempo para picotear entre sus plumas con una sorprendente habilidad
para alcanzar cualquier rincón de su existencia. Con una notable flexibilidad,
digna de sólidas posturas de yoga, se doblan para llegar a esos lugares
difíciles ubicados al final de su cola. Pero el proceso de limpieza se
interrumpe con facilidad por esos ougrhuuu ougrhuuu que emite la coqueta paloma
vecina, que con una seductora indiferencia desconcentra al palomo en su
limpieza y reordenamiento de plumas. Su voluntad es frágil y, a pesar que
conoce el ritual a cabalidad, no duda en acudir al llamado de la conquista
emitiendo sonoros ougrhuuu ougrhuuu, esperando tener suerte y suspirando algo
así como “un ufff menos mal que alcancé a acicalarme las plumas más que sea”.
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